Sabe a cielo de espanto, a fuego sucio que arrasa el sentimiento, es comparable a un dios excomulgado hacia el averno feroz, vuelto despojo. Me sabe a rosa ensartada por su propia espina. Me sabe a canto de sirena enronquecida. Sabe a caricia de hielo y repugnancia, sabe a reptar de serpiente entre la hierba con fuerza de Hecatónquiro sibilante, que devora a sus hijos, de repente. Me sabe a noche sin pan de los hambrientos, sabe a suspiro contenido frente al miedo, a rebelión compulsiva del aliento, a soledad de viejo, en el olvido. Sabe a arco iris de luto, tras la muerte. Son cinco dedos huérfanos de mano, O cinco manos huérfanas de dedos, Manos heladas que emergen mutiladas desde algún laberinto inexpugnable desentrañando frases inconexas. Va la traición montada en recovecos intrincados encerrando una a una a las sonrisas, en alguna telaraña inadvertida. Sabe a daga ensartada en la espina dorsal de los sentidos, abriéndole las vísceras al tiempo. Sabe a puñal que se clava por la espalda a corazón que sangra, sin remedio. Sabe a un adiós instalado para siempre sabe a puerta cerrada y a lamentos. No hay vuelta atrás si la traición se instala haciendo agonizar a la palabra, Entre paréntesis de margen impreciso. Se esconde la traición en madrigueras decretando la muerte de los sueños, produce enjambre de lágrimas que cuelgan como caireles, Desflorando a la lealtad, con su veneno. ©Nechi Dorado [color=purple]
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