“las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los sueños ..” Alejandra Pizarnik ¿Será que son las nubes las que siempre están y no el Sol, aunque lo veamos?. Allí donde habitan las sagradas razones para mirarse a los ojos y no mentirle al viento; allí donde nos creemos tan perfectamente imperfectos que zumbamos como avispas alrededor del otro y dejamos a un costado la dicha de nada más contar con el ahora. Vos me devolviste los días “a sensu contrario” de cómo yo los escogía – yo los lanzaba al aire como si fuera papel picado -; que caigan, sólo se caigan y se deshagan en el piso. Y estabas aquí desde mucho antes que contempláramos juntas el primer amanecer de razones circulares. Quizás también yo estaba ahí. Sufrías viéndome marioneta de trapo en un escenario montado con páramos y algunas margaritas salpicadas al azar. Y sufría yo a la sombra de tu sonrisa, que derramaba el sabor del melón maduro a la distancia; y aún a la distancia podíamos ver-nos y adivinar que dentro no había semillas, sino pozos de agonía. Y esta historia que ahora nos ubica en el mismo escenario – con o sin tablas de gloria – es la historia más pura del encuentro de dos pájaros huyendo de sus jaulas de lata; aleteando la una torpemente, la otra dignamente y ambas, embriagadas del aroma de una orgía de sentidos que no admite mas demoras. Te hablo con la obstinada impaciencia de contarte que la vida no es un manto de jazmines olorosos, como ése que nos recibe – también nos despide y nos redime del absurdo nocturno que nos encuentra bostezando soledades – a las puertas del sagrado recinto donde anidan nuestras cosas más queridas. Tus cuadritos de bordado, tus horas de planchado. Tus memorias de niña en los aromas que sólo vos percibís, porque emanan de tus manos fecundas. Tus rincones. Y mis libros, mis vueltas y más vueltas que parece que las alas se me van a quedar sin plumas; mis princesas, mi gata. Mis rincones. De la misma manera, sin que medien paradojas, jamás nadie ha comprobado que vivir sea nada más que estiércol dibujado. No quiero saber qué diablos hay debajo de las tapas del sistema cloacal. Y yo se que vos tampoco.- ¿para que vamos a escarbar en el lodo si del cielo a veces llueve tanta realidad barrosa? Llegar al día en que las hojas de los paraísos cuchicheen traviesas acerca de los pasos ebrios que dimos en las esquinas de la magia que todos saben – a veces alguien encuentra – existe acodada en el muro de la vida. ¿Será tanto pedir nena?. ¿Será que hay que hacer cola frente a la puertas del viejito pascuero, Santa Claus, Papá Noel - nada más una leyenda boba según mi cuñada la fanática cristiana etc, para pedirle una bolsita de ilusiones? El verbo ese, “sentir” y ese otro, “soñar” – rarezas cotidianas que se esconden entre los pinos a la hora del ocaso y desde ahí se inventan los mundos que sólo vemos claramente con los ojos cerrados – son mal vistos en algunos círculos sociales de la gramática existencial. Se comenta que hay orgías de alegrías sorprendentes y goces irracionales, vestidos de etiqueta en el cuartito azul donde pernoctan hacinados. Allí es donde quiero llevarte cuando cante el gallo de la Nochebuena pero te advierto que en el baño del pasillo hay un duende que reparte razones efervescentes y sinrazones benditas – ¿serás capaz de aguantarte las cosquillas por trescientos sesenta y cinco días nuevos? – y si nos asomamos al ventanal que da al río, probablemente echaremos a volar – las jaulas de lata mutaron en castillos de aire, ¿te fijaste? – y no quiere decir que moriremos en el intento. Que no reina; echar a volar en la jerga de este mundo de verbos transgresores significa que la realidad puede ser ciudadana ilustre en nuestras vidas si - y solo sí – respeta los horarios de la siesta, cuando vos y yo rearmamos el rompecabezas de sentidos, y nuestra hora libre de Cenicienta –vamos que eso del príncipe encantado a todas, aun vos y yo pájaro, nos viene de antiquísimas herencias feministas – pasada la medianoche. Es hora de bailar mujer-amiga-pájaro y te advierto que es un baile tan maravilloso como agotador. Y no te quejes si “planchas” toda la noche en ocasiones – conviene llevar tacón que se enganche fácilmente cuando salgas corriendo al sonar las doce campanadas – pero hay días así - muy “ni” ellos - donde lo mejor es tomarse una gaseosa light y contar las estrellas. Pero sólo las que están en la periferia de la Luna; las otras sólo brillan cuando se cae un ángel del cielo. Y te lo digo ahora – prestame mucha atención –: el último ángel que cayó del cielo, se llamaba Lucifer. Cuidado con eso y ahora sí, a dormir que mañana, comienzan las verdaderas fiestas.
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