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En el departamento blanco porque no es propio. Un espacio de suficiencia y sobrevivencia. En un lugar. Azaroso en la distancia. Con condiciones de vida urbana pasajera. Agua, luz, lavadora y plancha. Computador y toda imaginable mercancía que pasó por el puerto de Nápoles, en Italia. Por lo que he leído. Por lo que me han contado. Por lo que podría citar.
Así estaba. Un día antes de la Llegada. Del Arribo Fantasmal. De las profecías. Del desastre. Del caos de la tierra, de la urbe, de la vida en la ciudad.
Así partía la cabeza de inútiles actividades. Desde cierto punto de vista, estupideces. Desde otro(s), sublimación y nobleza. Así, en la cama, descansando de una operación. La peor de las razas humanas. La mutilación. Así estaba. En un eriazo sitio. En una más de las vacaciones soñadas. Esas que nunca se dan.
El viento sí llega a mover cortinas no tan livianas. Trae el viento, consigo de abajo, de un poco más allá, las voces de personas mezcladas con un rugido constante de olas. Gritos. La voz de las personas cuando se acerca una ola. Manifestación instintiva y popular. Esa que llega de la playa del lado, aquí a un costado. En un sector de la ciudad. Un casco urbano antiguo. El Morro. La playa Bellavista. Punta Dos y otras olas más.
En sus mañanas el humano parece ordenado. Calmo y de brillo en su imagen. Baja a posar en la arena. Donde pocos van a esas horas. Donde otros están en las olas, desde hace horas atrás. Otros más en un bote más adentro. Pero eso es otra historia. Otro lugar.
Pocos bajan en las mañanas. Y la playa se ve bien. O sea, se ve bonita. El lugar, tira pinta. Acoge. Invita a tomar sol y nadar. Comer lo que quieras. Lo que sea, lo venderán. Tendrás calor y calma. Un relajo bajo ritmo de mar. De esos trozos de sentido luego de arduas jornadas.
No es la élite local, menos nacional. Aquí más bien viene el gentío. La people. Aquí rodea la historia. El heroísmo intrínseco de una historia de ciudad. De guerra y de competencia. Con identidad. Más que la cresta de identidad.
Así estaba. Pensando en lo que veía. Haciendo las mismas preguntas de todos los días. De toda la vida. De la esquizofrenia/primer brote que lo seguía. Al parecer. Que, no siendo diagnosticada, hacía de la cabeza más de una persona. Y, sin embargo, una vida no muy extraña. Más bien normal. Demasiado normal.
Miró hacía arriba una vez que subió las cortinas. Fue ahí que vio ese destello extraño. Que terminó por abrir el cielo como una pared. Y acabó con la vida de la ciudad. Con la de quienes habían logrado escapar de las hormigas. El desastre se inició justo dos minutos después. [/size]